lunes, 21 de diciembre de 2009

Mariano José de Larra y Dolores Armijo



Cuenta la leyenda oficial que Mariano José de Larra (18o9-1837) fue un hombre tumultuoso, emotivo y doliente, como correspondería al tópico del romántico; y que, en la flor de la edad y en la cumbre del éxito, enloqueció por una mujer casada y se voló la cabeza de un disparo por pura deseperanza enamorada.




En 1829, a los veinte años, se había casado con Pepita Wetoret, una niña bien con la que enseguida se llevó muy mal. El matrimonio resultó una catástrofe: Larra era un inmaduro que prefería irse a su tertulia del Parnasillo, en el café del Príncipe, antes que estar con su mujer o ganar dinero para la casa, y Pepita era una persona celosa e insufrible. Tuvieron tres hijos, peo el tercero, nacido en 1833, no fue nunca reconocido por Larra. A principios de 1834, Pepita abandonó el hogar, dejando a Larra con los niños. Mal que bien, él se hizo cargo de ellos. A veces los cuidaba con mimo paternal; a veces les depositaba durante temporadas en casa de sus padres.




La ruptura final del matrimonio final del matrimonio de Larra vino empujada por la relación, conflictiva e intermitente, que éste mantenía con Dolores Armijo. Dolores era una sevillana morena y guapa que escribía poemas y que era la esposa de un tal José María Cambronero. Cuando Larra y ella se conocieron, en 1831, él tenía 22 años y ella apena 20. Los dos llevaban dos años casados, y los dos estaban desencantados de sus cónyuges. La historia es pública y notoria a principios de 1835. El marido de Dolores la saca de Madrid y la destierra a Badajoz. Larra salió detrás de ella acompañado por su amigo el conde de Campo Alange. Llegó hasta Badajoz, pero no consiguió verla; entonces se marchó hacia Portual y luego siguió hasta Londres, y después a París. Estaba huyendo del escándalo y de su propio dolor.




Al regresar de París, Larra se había puesto a buscar a Dolores deseperadamente. Al fin la localilzó a través de un amigo común: estaba en Ávila, pero no quería saber nada de él. Larra le mandó unas letrillas amorosas, y la única respuesta de la bella fue:"Buen hipócrita está"




El marido de Dolores la abandona en 1836. Fígaro debió de creer que, una vez libre, podrían amarse: no había entendido nada. Dolores ya no lo quería; de hecho, tenía otro amante. Dicen que Larra, perdidos por completo los papeles, retó en duelo al rival. Es de imaginar el horror de la mujer: había despertado la atracción fatal de un pelmazo patológico, de un indeseable que la había arrastrado por el escándalo y que seguía persigiéndola de manera inclemente años tras años.




El 13 de febrero de 1837 decidió poner fin a esa pesadilla. Le envió una carta a Larra muy de mañana diciendo que quería pasarse por su casa a hablar con él. Larra, enajenado por su pasión, creyó que venía a a hacer la paces. A la caída de la tarde recibió a Dolores, que llegó acompañada por una amiga. Mientras la amiga se quedaba discretamente en al antesala, Dolores y Larra vivían la violencia de la última escena. Él suplicaba; ella insistía en que todo había terminado para siempre y reclamaba sus cartas. Él no tuvo más remedio que admitir la realidad y le entregó las cartas a la mujer que salió de la habitación. Pero aún no le había dado tiempo a abandonar el piso cuando escuchó el estampido fatal del pistoletazo. Marinao José de Larra acababa de volarse la cabeza; le faltaban unas pocas semanas para cumplir 28 años. Llevaba seis meses pensando en suicidarse, pero ahora, al saltarse los sesos con tanta premura, en realidad se estaba vengando sádicamente de Dolores. Ningún biógrafo ha contado qué fue de esa mujer y si sobrevivió a tan brutal revancha.