sábado, 20 de junio de 2009

Francisco de Quevedo

Es en esa memoria donde veo, como si fuera ayer, a don Francisco de Quevedo al pie de las gradas de San Felipe. Vestía como siempre de negro rigurosos, salvo la golilla blanca almidonada y de la cruz roja del hábito de Santiago sobre el jubón, al lado izquierdo del pecho; y aunque la tarde era soleada, llevaba sobre los hombros la larga capa que utilizaba para disimular su cojera: una capa oscura cuyo paño se alzaba por detrás, sobre la vaina de la espada en cuya empuñadura apoyaba la mano con descuido. [....]
Poeta, espadachín y celebradísimo ingenio de la Corte, don Francisco también, en los años de vigor en que lo conocí como amigo del capitán Alatriste, hombre galante que gozaba de predicamento entre las damas. Estoico, lúcido, mordaz, valiente, gallardo incluso en su cojera, hombre de bien pese al mal carácter, generosos con sus amigos e implacable con sus enemigos, lo mismo despachaba a un adversario con cos cuartetas que de una estocada en la cuesta de la Vega, enamoraba a una dama con un detalle gentil y un soneto, o sabía rodearse de filósofos, doctores y sabios que buscaban sus amenos conceptos y su compañía. Y hasta el buen don Miguel de Cervantes[.....] había mencionado a don Francisco como excelente poeta y cumplido caballero en aquellos celebrados versos:

Es el flagelo de poetas memos,
y echará a puntillazos del Parnaso
los malos que esperamos y tememos


Arturo Pérez Reverte El capitán Alatriste